En nuestro pueblo, Basauri, tenemos la fortuna de poder acercarnos a algún monte de entre todos los que nos rodean sin mucho esfuerzo. Podríamos empezar a pisar las laderas de alguno de esos montes sin recorrer apenas un kilómetro completo.
Si miramos hacia Zaratamo y Arrigorriaga tenemos los montes Upo y Artanda. Si dirigimos nuestros ojos hacia Aperribai o Galdakao veremos el monte Ganguren (Vivero) y si dirigimos la mirada hacia Arrigorriaga o Bilbao nos encontraremos con los montes Malmasin y Montefuerte. Los tenemos todos muy cerca.
Son los montes que están en el fondo del paisaje visto desde nuestros barrios de Ariz, Basozelai, San Miguel, Pozokoetxe, Kareaga.
Los municipios de Hego-Uribe: Galdakao, Zaratamo, Arrigorriaga, los que nos rodean y los que conforman nuestro paisaje, a diferencia de nuestro pueblo, tienen una gran superficie de monte o forestal. Mirando a nuestro alrededor, las plantaciones de pino radiata y, en menor número, de eucalipto han sustituido a las especies autóctonas y han ocupado la mayor parte de esta superficie transformando sus valores naturales, paisajísticos y culturales.
En este año los propietarios han procedido a la tala de una plantación de eucalipto en una parcela de 18 hectáreas que rodea el monte Malmasin. Pensamos que es el momento para proponer la restauración del bosque natural en este entorno. Las administraciones locales y la diputación provincial han de establecer planes para revertir esta situación y promover esa recuperación.
Por ello, solicitaremos a los ayuntamientos de Arrigorriaga y Basauri que participen conjuntamente en esta propuesta de recuperación del valor natural y paisajístico del monte Malmasin.
Los montes más allá del afán comercial, del rendimiento económico, han de ser lugares para encontrarse con la naturaleza, respirar, pasar un tiempo de ocio y poder contemplar la gama de verdes, amarillos, ocres y rojos que según la estación del año nos ofrecen las especies autóctonas.
Hoy día la realidad es otra. El verde que domina nuestro paisaje es el verde perenne, oscuro y tristón de los pinos y el verde de los eucaliptos, un verde lánguido y perenne.
Ambos verdes distan mucho de los verdes alegres del bosque propio de estas regiones atlánticas que habitamos. Verdes que nacen todas las primaveras, verdes que juegan con la luz solar desde el amanecer hasta anochecer y, acercándose al final del verano dan paso a una gama de amarillos , ocres y rojos que bailando con el viento caerán a la tierra. Las hojas caídas que reposarán en los suelos y se transformarán en abono, alimento para las raíces de esos árboles que volverán a enriquecer la paleta de colores de un paisaje renovado cada año.